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Había una vez un joven que iba por la vida con el corazón en las manos.
Lo ofrecía a todo el mundo como si fuera pan recién horneado, esperando que alguien lo tomara y, al hacerlo, lo hiciera sentir completo, buscaba el amor como quien busca agua en el desierto...
Cada vez que alguien se acercaba, se mostraba totalmente servicial, complaciente, y se esforzaba por verse perfecto; cuando alguien le daba una mirada o una pequeña señal que podía quererle y tomar su corazón él se enamoraba, daba todo, sus días, su tiempo, sus certezas.
Se moldeaba al otro con la esperanza de ser querido, aunque dentro de sí sentía un vacío.
Pero cuando el amor se rompía —porque siempre se rompía—, sentía que se quedaba con menos de lo que tenía antes. Como si, en cada intento, perdiera una parte de sí mismo...
Una tarde, mientras caminaba solo con su dolor a cuestas, encontró a un anciano sentado junto a un pozo de agua. El viejo lo miró sin preguntar nada, como si ya supiera lo que le dolía.
—He amado muchas veces, pero siempre acabo vacío —dijo el joven, con un nudo en la garganta y un malestar en el estómago
El anciano le tendió un espejo.
—¿Qué ves?
—A mí —respondió el joven.
—¿Y si solo buscaras en el amor un lugar donde verte, no donde esconderte?
Al mirar el anciano el rostro del joven y ver que quizá no entendía el mensaje, prosiguió:
—Busca el amor como un espejo, no como un pozo.
—¿Y eso qué significa? —preguntó el joven.
—Que el amor sano no es para llenarte, sino para reflejar lo que tú ya eres...
El joven guardó el espejo, desde entonces, dejó de buscar quien lo completara, y por primera vez entendió que el amor no debía ser refugio para sus vacíos, sino un reflejo que le mostrara quién era… y quién podía llegar a ser, si se elegía desde la libertad.
Me hace ilusión que te quedes con esto:
El amor no comienza cuando alguien te mira con ternura, no comienza en el otro.
Comienza cuando tú decides mirar con honestidad lo que sientes, lo que necesitas, lo que deseas y lo que eres. Cuando eres capaz de mirar tu historia, tomar decisiones y ser coherente con tu vida
Porque el verdadero amor no es perderse en el otro…
Sino elegirse sin dejar de ser uno mismo.
Con cabeza.
Con estómago.
Y con corazón.